lunes, 14 de junio de 2010

La pena

A menudo releo Herzog, de Saul Bellow, que es una de mis novelas favoritas porque es capaz, en una línea, de hacer diana. Nada más empezar, Moses, el protagonista, cita la frase siguiente, certera a rabiar en mi día de hoy: “La pena, Señor, es una especie de pereza”.

Una pena profunda y, por tanto, muchísima pereza es lo que me produce volver al hospital. Lo cierto es que solo tengo que ir a ponerme unas vacunas —tras el transplante de médula tienes que vacunarte de nuevo, como en la infancia—, pero me produce una tristeza terrible pisar el hospital otra vez y, así, soy presa de un tedio inmenso desde hace más de una semana. Coger el metro, subir al Vall d’Hebron, elegir dónde prefiero esta vez los pinchacitos, aguantar la respiración y ¡ay! me parece ahora un trabajo de Hércules.

Y luego está la pregunta de rigor, que me han hecho decenas de veces enfermeros, asistentes, camilleros, ambulanceros:
—¿Cáncer, tan joven? Eso te hace valorar las cosas importantes, ¿no es cierto?
Y una asiente y sonríe, aunque, en realidad, esté pensando dos cosas:
1) Yo ya valoraba las cosas importantes antes del cáncer, porque nunca he sido una necia; y
2) me niego a verle a esta mierda su lado positivo: siempre he sabido deslindar lo que me gusta y lo que me disgusta. Qué carajo, soy católica: lo del yin y el yang es o para orientales o para memos.

De todos modos, a pesar del metro, las vacunas y la conversación sabida, tengo que ir sin tardar. Así que este post, en realidad, tiene el propósito de ser un compromiso público, un acto realizativo: prometo a ir a vacunarme mañana antes de ir a la facultad.

Por otra parte, esta entrada tiene la pretensión de animarles a donar sangre, hoy que es, precisamente, el día del donante. Durante mi enfermedad recibí ingentes cantidades de sangre anónima que me salvó la vida. En aquellos meses, yo pedía insistente a mis amigos que donasen sangre. Quiero seguir haciéndolo ahora, porque seguro que hay alguien en la planta de hematología, ocupando una cama que también ocupé yo, que sabe con certeza que el dolor es solamente una mierda, y que en este momento tiene una bolsa de sangre en caída libre conectada a su cuerpo.

Uno de aquellos días horribles, tras una prueba tristísimamente dolorosa, alguien me dijo: “Ahora tú sabes lo que significa de verdad merecer la pena”. Me acuerdo a menudo de esas palabras. Supongo que ha llegado la hora de volver a soportar la pena un ratito e ir a vacunarme. Mañana les cuento.

sábado, 12 de junio de 2010

Acreditarse


Ando escribiendo sobre los mecanismos que empleamos para acreditar las cosas de las que hablamos, es decir, los recursos que consisten en presentar pruebas que demuestren y, por tanto, hagan creer a nuestro interlocutor que lo que decimos es cierto. Se lo contaba a un amigo ayer por la mañana, y le explicaba, además, que la conversación cotidiana es muy pobre en estas estrategias.

— De hecho, ¿cuándo has visto tú a nadie presentarse (“Hola, me llamo Ramón”) y sacar como testimonio el dni? —y, sin pelos en la lengua, sentencié—. En la conversación coloquial no acreditamos nunca.

Y el espíritu de algún etnógrafo de la conversación no tardó en castigar mi soberbia (metodológica, entre otras):

Andaba yo esperando al autobús, sentada en el banco de la parada leyendo el periódico, cuando un hombre se sentó a mi lado. Aunque dijo “bon dia” sin conocerme de nada, lo que ya constituye un hecho conversacional harto peculiar en la calle Muntaner, no sospeché que la conversación que allí se iniciaba no iba a ser prototípica. Él iba fumando algo que no era tabaco y, como mi constitución endeble es particularmente sensible a algunos efluvios, me levanté. Entonces él fijó la vista en el periódico que yo llevaba, puso cara de pensar, se levantó y me dijo, en un catalán muy correcto y con una voz profunda:

—Perdona, es que he hecho una peli y me han dicho que sale la crítica ahí.

Me dijo cómo se llamaba la película y empecé a buscarla en las páginas de cultura. A pesar de que necesitaba una ducha urgente, lo cierto es que era un tipo bastante atractivo. Encontré una pequeña nota sobre la peli y dejé que la leyese.

—Moltes gràcies —me devolvió el diario—. Sale mi nombre—. Y con su porro señaló un nombre.
—Ah, muy bien, felicidades.

Y volví a leer a mi aire, probablemente las páginas deportivas, que ayer eran muchas. Identificó mi desdén barcelonés con que yo no creía su historia, con que no me tragaba que el nombre señalado fuese el suyo. Y entonces sacó la visa y acreditó sus palabras.

—¿Lo ves?, soy yo —los dos nombres coincidían.

Mientras me explicaba no sé qué sobre el director, pensaba yo en que la conversación coloquial nunca dejará de sorprenderme. Hubiese bastado con que él reforzase la verdad de su discurso de un modo clásico (“Este soy yo, en serio” o, incluso, el más solemne “Este es mi nombre, lo juro”), pero el sintió la necesidad de ir más allá y acreditar.

Por la noche, seguía dándole vueltas a eso de acreditar vía Visa. Desde luego, existen modos bien diversos de entender el término “tarjeta de crédito”: un pase de 10 viajes en autobús, 8 euros; dotar de credibilidad a tus palabras, no tiene precio.

viernes, 11 de junio de 2010

Estupideces metalingüísticas (2)

Hace unos días iniciaba aquí una sección titulada “Estupideces metalingüísticas (Sobre las tonterías que le hacen decir a la lengua sobre sí misma)”. La segunda entrega la protagoniza un tipo que, leo en El Mundo, ha escrito una novela sin tildes. No soy yo una inmovilista de la lengua; me parece que todo cambio útil que se consolide en la lengua a partir del uso repetido por los hablantes bien está. Sin embargo, en el artículo sobre la novela y en la web de la editorial se dice una serie de tonterías entre las que claman al cielo las siguientes:

1. “Esta iniciativa es innovadora”
No es cierto: lo de eliminar haches y tildes se le ha ocurrido antes que a él a muchísimos alumnos que ven en la ortografía solo un puñado de normas que sirven para suspender. El deseo de simplificar el idioma es tan viejo como los profes de lengua.
Asimismo, el tema ha sido incluso objeto de debate en el Congreso Internacional de la Lengua Española celebrado en Zacatecas en 1997.

2. “Simplificandolo, el español se convertiria en un producto mas facilmente exportable”
El español no es una lengua de negocios, imagino, porque falta competitividad, no por culpa de la lengua. Es cierto que el perfil de los estudiantes de español para extranjeros no es un businessman, pero eso no es culpa de las tildes. Jamás de los jamases un alumno de español lengua extranjera me ha sugerido que podríamos dejar de usar acentos. Simplemente, los usan como pueden. El chino, lengua en auge, no es, precisamente, una lengua amable de aprender.

3. “En Francia estan deseando poder simplificar el idioma para poder exportarlo”
¿Quiénes, exactamente? Sobre la locura que está siendo el cambio ortográfico (a golpe legislativo) en el alemán mejor no hablemos…

4. “Es un cambio ortografico muy sencillo con claras ventajas y muy pocos inconvenientes”
Para muestra de uno de ellos, un botón: sin tildes no hay modo de saber cómo pronunciar el nombre del autor (Martin Ortega Carcelen); imagino que “Martín” será aguda y “Ortega”, llana. Pero a ver qué hago con “Carcelen”…
Por mi parte, quiero seguir siendo “Tara” y no "Tará".

jueves, 10 de junio de 2010

Mujeres y empresa

Hoy empieza en Barcelona el She Leader 2.0., un congreso de mujeres directivas que, según explica su página web, “ofrece recursos y estrategias para mejorar la gestión de las organizaciones y facilitar la promoción profesional de mujeres directivas y profesionales”. Se desarrolla en el marco de la presidencia española de la UE y ha sido organizado por el Departamento de Trabajo de la Generalitat de Cataluña.

Sin embargo, lo cierto es que la idea del techo de cristal que impide el ascenso de las mujeres en la empresa no me acaba de convencer del todo. Opino que el sistema de libre mercado, que es feroz en relación con algunas desigualdades, es ciego en materia de género; es decir, que no puede ser, precisamente, tildado de machista —tema aparte es su tratamiento de la maternidad—. A la empresa le importa un bledo si eres hombre o mujer; sus criterios para calificarte son otros: eres tiempo, eficiencia, rendimiento y contactos. Y Miriam González, brillante abogada y esposa de Nick Clegg, lo tiene todo. De ahí que Acciona la haya nombrado consejera. Feminidades aparte.

martes, 8 de junio de 2010

Pulgas en la universidad

En su diccionario de falacias, Ricardo García Damborenea da un ejemplo simpático de la falacia de la conclusión desmesurada, que consiste en extraer una conclusión que va más lejos de lo que los datos permiten:

Es conocida la anécdota del sabio que a la voz de ¡salta! lograba que cada una de las pulgas de su colección se introdujera en un frasco. Arrancó a una pulga las patas traseras y al ordenar ¡salta! la pulga no saltó, y lo mismo ocurrió tras arrancar las patas a todas las demás. El sabio, entusiasmado, anotó en su cuaderno: Cuando se le quitan las patas traseras a una pulga deja de oír.

En CCOO, al parecer, han cometido el mismo error. Leo en El País de hoy, en relación al seguimiento de la huelga de funcionarios:

El personal universitario ha sido el más implicado, según CC OO, con un 90% de participación

He estado esta mañana en la facultad y, cierto es, estaba casi vacía. Como lo estaba ayer y como lo estará mañana: las clases ya se han terminado este curso y los exámenes de hoy habían sido pospuestos.

Pues eso: que no estamos sordos, que es que ya no hay clases.

Maneras de perder


El domingo estuve en el cine viendo el documental chileno El poder de la palabra, de Francisco Hervé. Cuenta cómo el proceso de modernización del sistema de transporte urbano de Santiago de Chile conllevó la prohibición de la venta ambulante y la música en vivo en los autobuses; por ese motivo, los vendedores y músicos afectados se organizaron en un sindicato; su propósito era seguir ejerciendo su actividad y, para ello, emplean las mismas armas que utiliza la novísima empresa de transportes: se equipan con un uniforme, se imponen unas normas, aprenden oratoria… Desde el primer momento, no obstante, se masca el fracaso en la negociación. La causa es noble; los esfuerzos, hercúleos; pero, al final, la lucha no sirve de nada. Y lo peor es que los protagonistas no se dan cuenta, y eso resulta penoso para el espectador.

Me acordé entonces de la actitud de Soderling durante la final del Roland Garros contra Nadal. Dándose cuenta de que sus opciones eran ínfimas, la expresión del sueco, entre punto y punto, parecía decir ostensiblemente que no es un iluso. “No voy a tirar la toalla, pero sé mejor que nadie que la guerra está perdida”, parecía pensar. Anticipar el fracaso abiertamente es, en el fondo, un mecanismo de autocortesía que pretende salvar la dignidad propia en el naufragio.

¿Hay una manera virtuosa de perder? (No vale, claro, cuando uno se deja ganar, cuando pierde por los pelos o cuando el otro ha hecho trampas).

Imagino que sí: percibiendo la realidad tal como es, como hizo Soderling: “Cuando [Nadal] juega así, realmente hay que tener un buen día para ganarle, lo que no ha sido mi caso”. Por eso estoy tan molesta con el director del documental chileno: porque sus vendedores y sus músicos son buena gente, pero ilusos sin un ápice de conciencia realista de sus posibilidades, sin la mínima capacidad de vislumbrar el fracaso.

Al final, siempre resulta patético haberse hecho falsas esperanzas. El cartel de la película reza "Los vendedores ambulantes reciben clases de marketing". Me hubiera gustado que alguno de ellos hubiera enviado el marketing y el coaching al mismísimo carajo.

viernes, 4 de junio de 2010

Estupideces metalingüísticas

Vivo en una manzana del Eixample en la que hay un colegio muy festivalero. Esta tarde les ha dado por montar un karaoke de grandes éxitos de los 80 que no me deja trabajar en cosas serias. Así que me he puesto a leer el Avui vía internet, a pesar de que, cual coro griego, los chavales berreaban “no me mires, no me mires”. Y a las dos noticias ya me he puesto de mala leche; y, cuando me enfado, escribo. Así que se me ha ocurrido inaugurar en este blog una sección a la que voy a llamar “estupideces metalingüísticas” (o de las tonterías que le hacen decir a la lengua sobre sí misma).

La responsable de la estupidez metalingüística de hoy es Patrícia Gabancho, cuyos artículos son con frecuencia un hilvanado de sandeces, a lo que parece, con un propósito victimista-masturbatorio que, salta a la vista, está en la línea editorial del diario —y que es un modo para vender (algunos) periódicos—.

He seleccionado el siguiente párrafo del artículo de hoy de Gabancho, titulado socarronamente "Trampas lingüísticas", que contiene diversas falacias y un argumento malévolo, que se viene repitiendo y que hay que denunciar:

El bilingüisme, malgrat el que diuen els polítics, és pervers perquè estableix, es vulgui o no, una situació de jerarquia entre les llengües en contacte. Vol dir que, quan s’esdevé una conversa entre parlants de llengües diferents, de forma automàtica una de les dues s’imposa i acaba sent el vehicle de la conversa. A Catalunya, aquest paper el fa el castellà. Hi ha diversos elements que hi ajuden, des del fet de saber que tothom pot parlar en castellà però no tothom pot fer-ho en català –el castellà no té, doncs, marge d’error– a un element més interessant, que és l’actitud colonial, simbiòtica entre el colonitzador i el colonitzat. He vist persones que, si s’adrecen a algú en català i aquest contesta en castellà, salten com una molla i diuen: “Ai, perdoni!”. Perdoni? A casa nostra? Qui és, en puritat, l’amo de la finca? El colonitzat, tot i ser l’amo del territori lingüístic, renuncia a la llengua pròpia en favor de la llengua colonial: és una cosa que està estudiadíssima. Això va confegint una pàtina de prestigi a la llengua colonial, amb el suport del mercat i de l’Estat, i el prestigi acaba minoritzant encara més la llengua colonitzada. Llavors ja és un no parar.


O sea, que Gabancho identifica a los castellanohablantes con colonos y a los catalanohablantes con colonizados, fabricando una dinámica social tan falsa como perniciosa. Esa ilusión segregacionista es un insulto, no solo a la inteligencia, a todos los catalanes, hablen el idioma que hablen. La dicotomía castellano-catalanohablante no vertebra las relaciones reales de los ciudadanos en Catalunya; es, en realidad, un tópico presente en el discurso independentista que se desmonta a la que uno, con la mente clara, pone un pie en la calle.

Por si fuera poco, la articulista escribe sin sonrojo que los catalanohablantes son los “amos de la finca”. Y, luego, los fachas serán los otros. Para darle explicación al delirio, pongámonos en antecedentes: Gabancho es una periodista argentina que en su veintena se instaló en Catalunya —con todo el derecho—, adoptó el catalán como lengua de trabajo y se ha convertido en una abanderada del catalanismo. Siendo imposible proveerse de una genealogía de rancia catalanidad, se pasa la vida construyendo la ficción de que la adquisición del idioma otorga los derechos de propiedad del suelo.

Algún tonto le acabará concediendo un premio y una parcela, al tiempo que (muchos) otros nos dedicamos a sudar la tierra en la lengua en la que buenamente nos da la gana. Y, mientras, los adolescentes continúan cantando, pasando sin trauma del Boig per tu de Sau al A quién le importa de Alaska.

miércoles, 2 de junio de 2010

La historia del día

Ayer, en un banco del jardín de la facultad de letras, en la Universidad de Barcelona, leía yo Storytelling. La máquina de fabricar historias y formatear las mentes (2008), del francés Christian Salmon. La tesis fuerte del libro es que se ha instalado en la sociedad contemporánea un orden narrativo “que preside el formateo de los deseos y la propagación de emociones”, en el marketing, la gestión de empresas, la instrucción militar y la política. Es decir, las historias se han convertido en potentes artefactos para dirigir organizaciones y comunidades.

Mientras, en La Moncloa, el presidente Zapatero contaba una más de sus historias ejemplarizantes, en la entrega de la medalla al mérito deportivo a Edurne Pasaban. Zapatero relató los logros montañeros de la alpinista en términos de gesta heroica cargada de valores que deberían inspirarnos a todos. Así, la lucha, la confianza y la paciencia de Pasaban se presentaban como modelo; eran, en el fondo, atributos que Zapatero demandaba a los españoles, para poder salir de la crisis igual que la heroína escaladora arrostró la adversidad para coronar la cima.



El ejemplo de Zapatero constituye una muestra perfecta de lo que Salmon describe para Estados Unidos, desde la era Reagan, y para Francia, a partir del gobierno de Sarkozy: se ha afianzado un modo de hacer discursos políticos que emplea historias, dirigiéndose a las emociones y no a la razón de los ciudadanos.

Comparto, hasta cierto punto, la postura de Salmon. Es innegable el uso perverso que se puede hacer de la narrativa, pero también es verdad que la narrativa constituye un modo de cognición básico para el ser humano y, por ende, irrenunciable. Además, recurrir a los relatos, las fábulas y las parábolas para provocar el cambio social es algo tan viejo como el mundo.

Por eso, y porque también con datos y argumentaciones abstractas se puede engañar y manipular a la ciudadanía, considero que no hay que renunciar a la narración, sino que lo que se ha vuelto imprescindible es someter a la narrativa a unos criterios de ética y de racionalidad básicos. Sólo así seremos capaces de discriminar los relatos que merecen ser aceptados e integrados de aquellos que, sencillamente, dan gato por liebre.

sábado, 29 de mayo de 2010

Bordados


En pleno debate público sobre el velo islámico, mi amiga Oumaya se ha vuelto para Túnez tras casi cinco años viviendo en Barcelona. Vino becada por su gobierno para hacer un doctorado en España y, ahora, defendida su tesis sobre creencias lingüísticas en catalanes de primera generación de origen árabe, regresa a casa, donde intentará obtener una plaza de profesora en alguna universidad tunecina. Oumaya es una mujer inteligentísima y muy independiente que lleva velo. Luce unos pañuelos preciosos, que ella misma tiñe cuando viaja a Túnez y que combina hábilmente con pendientes y ropa de colores vivos.

Muchas veces hemos hablado sobre sus razones para llevar pañuelo. Ella considera que es una parte de su cultura a la que no quiere renunciar, libremente. Además, sostiene que hombres y mujeres, de aquí y de allá, llevamos encima muchos “pañuelos” que, si bien nos han sido dados por la tradición, aceptamos con gusto y empleamos para crear una identidad que nos agrada. Por eso, considerar que el pañuelo es señal de sumisión de la mujer al hombre es del todo equivocado. Faltan, dice, mujeres en la vida pública que luzcan el velo porque lo desean, al margen de hombres, malos o buenos, que también los hay.

A menudo, es obvio, hablamos de hombres. Como a las mujeres del cómic Bordados, de la iraní Marjane Satrapi, a Oumaya y a mí nos divierte hablar de tíos y, teniendo ambas la treintena a la vuelta de la esquina, también de matrimonio. El leit motiv del discurso de Oumaya sobre casarse es siempre este, en su español inmaculado: “Antes sola, que mal acompañada”. Y yo siempre contesto que amén.

Cuando nos despedíamos, hace una semana, Oumaya me hablaba del sentimiento agridulce de marcharse. Dice que no sabe cómo va a ser volver a vivir en Túnez, que estos años en Europa le han hecho darse cuenta de que muchas cosas de su país —con importantes restricciones en el uso del velo, por cierto— no le gustan. Yo le dije que, a malas, Barcelona seguiría siendo un buen lugar para vivir.

Me he acordado mucho de Oumaya los últimos días. No sé si quiero que vuelva, o que se quede en Túnez e intente hacer un país mejor. Lo que sé es que quiero que, si un día decide regresar a España, no se encuentre con un país más intolerante y, por ello, peor. Nuestras conquistas están en la Constitución y en el Código Penal, y deben ser irrenunciables. Nada hay allí que permita prohibir llevar un trozo de tela en la cabeza.

Escudar la censura del velo en la igualdad entre hombres y mujeres es un sinsentido, ya que hay mujeres independientes y libres que deciden ponérselo por voluntad propia, del mismo modo que hay mujeres brillantes que no lo llevan. Quizá lo más igualitario sería darles la palabra y dejar que ellas hablasen. Defenderlas sin darles voz, suponiendo qué es lo que ellas deberían querer en el caso de no estar supuestamente sometidas, es, cuanto menos, sacarles el pañuelo a la fuerza y ponérselo en la boca.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Maquillaje

La web de la Universitat de Barcelona publicaba ayer esta noticia —que no sé por qué no aparece traducida al español—:

La UB tanca un pressupost en equilibri per a l'exercici 2009

El Consell de Govern de la UB va aprovar per unanimitat el 25 de maig de 2010 el tancament pressupostari per a l’exercici 2009 amb un resultat d'aproximadament 0,2 milions d’euros, xifra que suposa una millora de 10 milions d’euros en relació amb l’exercici anterior. Aquesta dada representa, doncs, una variació positiva de 14,8 milions d’euros respecte al que s’esperava, atès que el pressupost inicial per al 2009 preveia un dèficit de 14,6 milions d’euros.

Aquest bon resultat pel que fa al pressupost del 2009 ha estat possible gràcies al control del creixement de la despesa i a un augment dels ingressos per subvencions de la Generalitat. En aquest sentit, cal recordar que el 2006 la Generalitat va decidir dotar les universitats d’uns ingressos extraordinaris a partir del 2007 mitjançant la incorporació de 40 milions addicionals a repartir entre totes les universitats i de les subvencions per objectius. Tot i no haver rebut el 100 % de les subvencions per objectius l'any 2009, els increments a partir del 2006 han augmentat del 3 % al 9 %. Aquest fet s’ha vist també reforçat per una millora en la matrícula prevista.

A poco que uno ponga el oído en los pasillos de la universidad se enterará de que la situación económica de la UB es desastrosa. Que estamos sin un duro es tema recurrente en los corrillos. Para el personal en situaciones precarias eso supone vivir permanentemente en un ay. Sin embargo, a juzgar por la noticia oficial, todo es casi de color de rosa. Magnífico ejemplo de cómo presentar los datos para que un pésimo escenario parezca bueno. Resulta evidente que los parámetros de la educación secundaria (esos del “progresa adecuadamente”) se han instalado en la universidad, igual que alcanzaron la política. La pretendida excelencia de la universidad es, sencillamente, mera pátina, maquillaje, marketing. En eso deben de pensar cuando hablan de transferencia universidad-empresa.

martes, 25 de mayo de 2010

Cobardes

Anoche terminé La amante de Bolzano, estupenda como todas las novelas de Sándor Márai, que recrea un episodio de la vida de Giacomo Casanova, célebre mujeriego veneciano. En uno de los primeros capítulos, se justifica la atracción de las féminas hacia el protagonista:

comprendieron que un hombre de verdad es un fenómeno tan raro como una mujer de verdad. Un hombre que no necesita demostrar nada a los demás con palabras altisonantes ni con su espada, que no necesita cantar como un gallo, que no pide más ternura que la que él mismo es capaz de ofrecer, que no busca ni a una madre ni a una amiga en las mujeres, que no quiere refugiarse en los brazos del amor ni detrás de las faldas de las mujeres; un hombre que únicamente desea dar y recibir, sin prisas, sin ansiedad, porque ha entregado toda su vida, todas sus energías, todas las luces de su mente y todos los músculos de su cuerpo a la atracción de la vida misma: ese tipo de hombre es un fenómeno verdaderamente rarísimo. Hay hombres que necesitan de una madre, hay hombres taimados, y también los hay vociferantes y gallardos que exageran y deforman sus sentimientos hacia las mujeres, y además los hay indiferentes, tímidos y aburridos... Y ninguno de ésos son hombres de verdad. Hay también hombres guapos que no se preocupan por las mujeres sino por su propio atractivo y sus propios éxitos. Hay igualmente hombres crueles que se aproximan a las mujeres como a un enemigo, como hacen los asesinos, con una sonrisa melosa en los labios, escondiendo un puñal debajo del capote. En algunas ocasiones, raras ocasiones, aparece un hombre de verdad, como había aparecido allí. Ellas comprendieron la fama que lo había precedido, y la inquietud que se había apoderado de la ciudad; parpadeaban, suspiraban, jadeaban, se oprimían el pecho”.

Me fui a dormir pensando en dónde reside la seducción de Casanova y con eso me desperté, hasta que en el desayuno empecé a vislumbrar la respuesta. Impropio de mí sería emitir juicios generales sobre lo que las mujeres buscan en un hombre. Puedo asegurar, a lo sumo, lo que a mí me interesa. Y lo que detesto: detesto a los cobardes.

Me tomaba un café con leche ante el televisor, que emitía una entrevista a uno de los precandidatos a la presidencia del F.C.Barcelona, un tal Marc Ingla. Nada más empezar, Ingla reconoce fumar, pero asegura que no se traga el humo; casi llega a pedir perdón por hacerlo, y se escuda en su familia política, que son pintores, dice, y fuman mucho. Algunos minutos después (11’10’’, en el vídeo), dice que no hay política en su candidatura, que es independiente (“inglapendiente”, bromea) y catalanista, y que irá por el mundo haciendo gala de una catalanidad desacomplejada, pero simpática e inclusiva, que no hiera a nadie.



A mediodía, otro cobarde aparecía en la pantalla: Miguel Sebastián, ministro de industria, comentaba las recomendaciones del FMI a España. España no le debe nada al Fondo, según el ministro, pero escucha sus comentarios “con atención y con cariño”. No he encontrado el vídeo, lo que es una lástima, ya que no podemos compartir la amable expresión de Sebastián mientras hablaba.

Así, a mi pregunta de anoche, concluyo: Podría volverme loca por un fumador, catalanista y desobediente, pero no me enamoraría nunca de un hombre cobarde, que escondiese lo que es o lo que hace detrás de bromas y besos. Entre el directivo y el ministro, sin duda, yo me voy con Casanova.

lunes, 24 de mayo de 2010

Niños rotos

Anoche fui refunfuñando a la película que cerraba la I Mostra de cinema de Quebec de Barcelona. Una tiene sus objeciones hacia esos ciclos de literatura, arte o cine que tienen como único hilo conductor el origen de las obras que se exhiben. Pero mi acompañante insistía y el precio (4€) resultaba tentador, así que, gracias a lo que me cuesta decir que no y a la financiación de algún ente público al que hoy no voy a recriminar nada, acabé viendo C’est pas moi, je le jure!, dirigida por Philippe Falardeau y estrenada en 2008.

Soy especialmente sensible al género de “niños rotos”, que es mi forma de llamar a esas historias sobre gente que se rompe antes de tiempo. Por lo común, el cine y la literatura se ocupan de la infancia quebrada por la guerra o la miseria y, en cambio, son más raros los relatos intimistas sobre niños rotos de clase media. Como León, que trata una vez y otra de quitarse de en medio, con poco éxito: «La vida no está hecha para mí, pero yo parezco estar hecho para la vida».

La Mostra, como dije, acabó ayer, así que no sé yo si será posible volver a verla en pantalla grande. De todos modos, por si alguien quiere hacerse una idea, aquí va el tráiler:

jueves, 20 de mayo de 2010

La mi abuela

Siempre he sido una firme defensora de que las lenguas no tienen derechos. Son sus hablantes quienes son titulares de derechos lingüísticos, por lo que cualquier política lingüística que tenga por objeto la protección de una lengua per se carece a todas luces de sentido. La muerte de una lengua, al morir el último de sus hablantes, me parece un proceso natural contra lo que no hay nada que hacer.

Ayer, en un seminario sobre cambio lingüístico, mientras se hablaba de la reducción y la pérdida del artículo en las formas como la mi muger del español medieval, me acordé de mi abuela, que era la última hablante por mí conocida que seguía conservando esa formulación, que ya era escasa en el español del XVI, según la Gramática histórica de Penny.

Mi abuela decía “la mi casa”, tónica la i, y con su muerte culminó un proceso de cambio que había empezado hace siglos. Así, inmediatamente, mi abuela se coloca en una lista de hablantes ilustres: como el famoso Antonio Udina, que murió en 1898 y que fue el último hablante del dálmata, una lengua romance hablada en la actual Croacia.

¿Supone una pérdida lamentable el fin del dálmata? No. Igual que no lo fue el cambio en el sistema que supuso el paso de “la mi casa” a “mi casa”. Las lenguas son de los hablantes, y los hablantes cambiamos y morimos. Las únicas pérdidas, si acaso, son la de mi abuela, para mí, y la de Udina, imagino, para los suyos. Al margen de ello, no cabe el sentimiento: el trabajo de los lingüistas es describir la vida (y la muerte) de las lenguas; el propósito de las leyes es, nada más y nada menos, ocuparse de proteger a los hablantes.

martes, 18 de mayo de 2010

Negra sombra

Cando penso que te fuches,
negra sombra que me asombras,
ó pé dos meus cabezales
tornas facéndome mofa.

Cando maxino que es ida,
no mesmo sol te me amostras,
i eres a estrela que brila,
i eres o vento que zoa.

Si cantan, es ti que cantas,
si choran, es ti que choras,
i es o marmurio do río
i es a noite i es a aurora.

En todo estás e ti es todo,
pra min i en min mesma moras,
nin me abandonarás nunca,
sombra que sempre me asombras.
(Rosalía de Castro)

lunes, 17 de mayo de 2010

Dèries


Resulta que la justicia francesa ha pedido a los jueces catalanes que dejen de enviar documentos escritos en catalán, dado que su normativa de usos lingüísticos limita las lenguas en que recibe comunicaciones al inglés, al alemán, al italiano y al español. El empleo de la lengua regional/autonómica como un instrumento al servicio de la desvertebración del estado y, aún más, la complacencia de las instituciones y los partidos estatales es del todo incomprensible en Francia.

Aceptemos que en nuestro patio de vecinos a veces hacemos cosas muy raras, que a muchos pueden llegar a agradarles -a algunos, incluso, les dan de comer-. Pero no esperemos que el edificio de enfrente entienda nuestras dèries tercermundistas.

P.D.: Sigo a la espera de mi pasaporte estadounidense.

domingo, 16 de mayo de 2010

Esperando el Acta Foraker


He de reconocer que la llamada (al orden) de Obama a Zapatero me conmocionó sobremanera. Al principio, negué los hechos: ¿Cómo iba a ser real que nuestro hermano allende los mares mangonease de ese modo al gobierno electo? Pero resultó ser cierto, y, entonces, odié, a los unos y a los otros, y supliqué al cielo la llegada de un superhéroe-ibérico-desfacedor-de-agravios. Que no llegó. Y el pasar del enojo abrió paso a la tristeza...

Y ahora, en realidad, creo que el telefonazo fue providencial. Me he preparado un ron con cola y voy a esperar al Acta Foraker, resignada, que, ¡total!, más feas las cosas no van a ponerse.

martes, 11 de mayo de 2010

El español marcado


En la segunda edición del Telediario de TVE-1 han vuelto a decir esta noche algo a lo que le llevo dando vueltas largo tiempo. En una noticia de sociedad en la que se informaba de otro caso más de “violencia machista” —sobre la preferencia de “machista” frente a “de género”, por cierto, podría hablarse largo y tendido—, la locutora, Pepa Bueno, ha dicho algo similar a esto: “el hombre ha matado a su mujer de un golpe en la cabeza; ambos eran españoles”.

La pregunta que me asalta es la siguiente: ¿A qué viene destacar el hecho de que la víctima y su agresor sean españoles? En el resto de las noticias, con protagonistas a menudo también españoles, la “españolidad” no parece algo significativo: resultaría extraño, por ejemplo, escuchar que 150 familias se han quedado sin abastecimiento eléctrico tras una tormenta, y que 10 de ellas son inmigrantes. Por otro lado, tampoco se da información sobre el origen concreto de los propios españoles: sería raro, por poner, hablar de una ciudadana muerta en Catalunya a manos de su marido, andaluz de nacimiento. Sin embargo, es habitual marcar tanto la procedencia española como la extranjera en noticias sobre violencia de cualquier tipo.

Se me ocurren dos respuestas, sin tener muy claro, confieso, por cuál decidirme:

1. Al principio de que la ola migratoria llegase a España, lo marcado, lo diferente, era ser inmigrante, de modo que, cuando una noticia tenía por protagonista a un inmigrante, se decía, mientras que cuando era de aquí, no se decía nada y, por defecto, se sobreentendía. Con el tiempo, hemos adquirido una conciencia mayor sobre lo políticamente correcto, así que se sigue marcando lo diferente (al inmigrante) y, estratégicamente, se alude a la españolidad cuando toca, como mecanismo de legitimación de la señal “inmigrante”. Si se indica cualquier procedencia (la de aquí y la de fuera), se vuelve difícil poder acusar al periodista de xenofobia u otras pestes…

2. Los inmigrantes siguen siendo “los otros”: el discurso periodístico es dicotómico y segregador, estamos nosotros (los españoles, y el origen concreto es solamente una cuestión de matiz, a menudo, insignificante) y enfrente están ellos (los inmigrantes).
Relacionar a los inmigrantes con los sucesos violentos constituye un tópico que ha sido construido y reproducido en los medios, y ha sido asimilado por nuestra conciencia colectiva.
A partir de esa idea, el procedimiento retórico de Pepa Bueno esta noche es fascinante: dar una noticia sobre violencia machista sin precisar la procedencia de agresor y víctima provoca que a la mente del espectador acuda la inferencia “son inmigrantes”. Conociendo la existencia del tópico, la periodista lo desmonta: “ambos son españoles”.
Es el mismo procedimiento que he detectado estos días en boca de los médicos y periodistas que han relatado la intervención quirúrgica a la que se ha sometido al rey. Tras la palabra “tumor” aparecía de inmediato la aclaración, “es benigno”, para desactivar la inferencia más habitual: “tiene cáncer”.

Realmente, no sé con qué explicación quedarme. Si con la que atribuye la marca de la españolidad a un mecanismo de legitimación de la señal “inmigrante”, o con la que lo explica como un recurso para desmontar una inferencia habitual, que ha sido creada por los propios medios. En fin, que cada cual decida.

sábado, 8 de mayo de 2010

De cajón…

Las preguntas más trascendentales demandan siempre una respuesta cargada de sentido común, que a menudo, por obvia, pasa desapercibida. Padecí un cáncer de sangre que culminó con un transplante de médula hace ayer justo un año. Durante el tratamiento me inquietaba especialmente el modo en que mi vida y yo misma íbamos a cambiar después de todo. Y un año más tarde, cuando en gran manera el agua ha vuelto a su cauce, la vida ha vuelto a ser lo que era, después de todo.

A menudo a la mala pasada que es sufrir un cáncer se le atribuyen propiedades catárticas, en un esfuerzo por encontrarle sentido a la horrible enfermedad y al despiadado tratamiento. Es un engaño: el cáncer solo es un gran mal trago en el camino; la buena noticia es que, si se supera, las cosas son de nuevo casi como eran.

Así que la respuesta era de cajón, aunque en el trance fuese impensable: “La vida después del cáncer ya nunca es igual… pero, en realidad, viene a ser lo mismo”, en palabras de Alicia, la protagonista de un cómic de Isabel Franc y Susanna Martín, que acabo de descubrir, y que lleva por título Alicia en un mundo real. Se agradecen historias como esta, cargada de sensatez, divertida e inteligente, que se niega a hacer épica de la enfermedad.

Asentada en el después, afirmo: el durante es demoledor, pero pasa, y, en el fondo, nada ha cambiado al cabo.