
He de reconocer que la llamada (al orden) de Obama a Zapatero me conmocionó sobremanera. Al principio, negué los hechos: ¿Cómo iba a ser real que nuestro hermano allende los mares mangonease de ese modo al gobierno electo? Pero resultó ser cierto, y, entonces, odié, a los unos y a los otros, y supliqué al cielo la llegada de un superhéroe-ibérico-desfacedor-de-agravios. Que no llegó. Y el pasar del enojo abrió paso a la tristeza...
Y ahora, en realidad, creo que el telefonazo fue providencial. Me he preparado un ron con cola y voy a esperar al Acta Foraker, resignada, que, ¡total!, más feas las cosas no van a ponerse.
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